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Anatomía de una función de danza

Parece mentira. Pero las funciones de danza tienen más adrenalina (y mucho menos glamour) atrás del escenario que en el escenario mismo.


Comencemos por el principio. Todo empieza por lo general unas dos horas antes de que arranque la función. Desde que uno ve llegar de a poco a las personas con todo el vestuario en ganchos con plástico, zapatos, sombreros, accesorios, similares y conexos, se atisba que las cosas atrás de un escenario son algo movidas. Pero esto es apenas el principio de las cosas.

De vez en cuando nos dejan pasar a la parte de atrás del escenario desde la entrada principal, pero usualmente pasamos por la entrada de artistas o de personal, que es una puertecita chiquita y medio escondida por la parte de atrás del edificio. Una vez ahí, no nos esperan camerinos deslumbrantes con espejos llenos de reflectores ni bandejas con comida. Con suerte (es decir, donde nos conocen) tenemos algunos camerinos ya asignados con un espejo, pero por norma general llegamos a armar nosotros mismos los racks para colgar las cosas o en su defecto dejarlas en una silla o el suelo. Con frecuencia nos tenemos que cambiar en los pasillos o en el proscenio.

Una vez que uno ha llegado y dejado sus cosas donde sea que haya podido, casi siempre -haya habido un ensayo previo en el teatro o no- sale al escenario, que con el telón abierto, la luz baja y con el aforo (cantidad de asientos) vacío es una mezcla extraña entre una paz bendita y un monstruo dispuesto a devorárselo a uno tan pronto se equivoque al empezar a bailar. Una de las cosas que yo más disfruto es ese momento en que uno puede salir a reconocer el escenario, ver todo vacío y respirar paz donde en unos pocos minutos se hará el caos.

Aunque en este punto de la historia no estamos todos los que vamos a bailar (nunca falta el que llega como rata atarantada ya empezada la función), empiezan los preparativos formales para la función. Mientras los que van llegando van a descargar todo el ménage, los que ya estamos ayudamos a marcar el escenario (siempre se marca el centro y las esquinas con masking tape de color, para referencia) evitando chocar con los ingenieros y tramoyistas que revisan las luces, los telones y la profundidad del escenario. Mientras ellos bajan las luces para cambiar focos fundidos o filtros mal puestos, nosotros marcamos lugares (es decir, damos un repaso exprés a la coreografía) en la mitad de adelante del escenario, y en la cabina se prueban los discos de la música y el guión técnico (que es algo como "21 segundos de la pista 5 para entrada, toda la pista 6 con ambientación roja y cambio a seguidor en el minuto 1.32 hasta el 1.45, 15 segundos de la pista 7 para la salida con cambio de luz roja a amarilla...").

Esto empieza a tomar velocidad. Sigue llegando gente, y entre más se acerca la hora de empezar, a uno le entran más los nervios. Siempre hay quienes tienen su primera vez (¡sobre un escenario!) y habemos quienes estamos corriditos, pero los nervios siempre estarán ahí.

Lo que eran murmullos para no discordar con el silencio del teatro vacío se van haciendo voces cada vez más fuertes hasta acabar en los gritos. Todos corren en todas direcciones, unos a ver los últimos detalles del teatro y la producción, otros a comprar los últimos boletos para los colados que avisaron que ya venían en camino, unos más a cambiarse y dejar listos los siguientes cambios de ropa y los que ya están en ese proceso, a ayudarle a algún amigo o bien a pedirle ayuda.

Éste es un apartado muy particular. Las primeras veces que uno va a bailar en un escenario, como relojito, aparta sus cosas y las deja lo más ordenadamente posible, y siempre siempre SIEMPRE busca un rincón o un espacio apartado donde no lo vean a uno cambiarse por aquello de la pena. Pero después de algunas veces, la conciencia gremial (Mafalda dixit) y la confianza lo envuelven a uno, y se da cuenta que todos están en la misma situación y van en el mismo barco. Y entonces surgen escenas curiosísimas como cuando uno de los chicos le ayuda a poner los botines a otro, mientras éste le abrocha la falda a una amiga que está ocupada acomodando el tocado de una cuarta que se ve en el espejo para asegurarse que se ve perfecta, aunque no se da cuenta que pisa las cosas del amigo que estaba poniendo los botines del primer chico.

Faltan diez minutos para que la función empiece. El telón está cerrado, los espectadores van ocupando sus lugares, los gritos se han ido apagando (para que no se oiga nada allá afuera y parezca que todo ya está en perfecto orden) pero las carreras siguen, si no es que aumentan. Y entonces, sucede:

"Primera llamada, primera"

La primera siempre cae como bomba. A lo mucho, faltan 5 minutos para que todo (música, telón, espectadores, bailarines, chongos, maquillaje) tenga que estar en el preciso sitio donde debe estar, y entonces la gente corre todavía más rápido.Los detalles se alistan, las personas se dan el último toque al vestuario (aunque no vayan a bailar inmediatamente), y se convoca a todos al escenario.

"Segunda llamada, segunda"

En el grupo donde estoy, se dedica el espacio entre la segunda y la tercera a hacer una concentración en grupo. Nos tomamos todos de las manos, hacemos un gran círculo en el escenario cuidando de no hacer ruido ni mover el telón, y cerramos los ojos. Una de las dos directoras del grupo, de voz firme y decidida pero extrañamente tranquilizadora, empieza a calmarnos las ansias recordándonos lo mucho que hemos trabajado, lo que significa que uno esté allí por placer bailando y pasando un buen rato en el escenario, la felicidad que representa bailar y recibir aplausos por los que están allá sentados y el compromiso que tenemos de hacerlo bien no por los de afuera, sino por uno mismo.

Nos apretamos fuerte de la mano, nos deseamos éxito todos, los que deben salir primero al escenario toman sus posiciones y los demás nos escondemos atrás de las piernas para ver el espectáculo desde nuestra posición privilegiada.

"Tercera llamada, tercera. Comenzamos"

La misma directora que nos dio ánimos sale a dar un pequeño discurso de lo que va a ver el público, alargando el momento y si es posible poniendo mas nerviosa a la gente que está ya ansiosa por bailar. Al fin termina, aplaude el público... y se levanta el telón.

Y entonces no hay vuelta atrás. This is it. Meses de ensayo tienen que rendir frutos en este momento.

Sonreír, concentrarse, no dejarse deslumbrar por las fuertes luces encima de nosotros, no voltear a ver a todos lados a buscar a nuestros familiares... todo mientras escuchamos la música, seguimos el ritmo y nos movemos sintiendo discretamente a los compañeros de los lados para no chocar pero evitando voltear descaradamente.


...o al menos eso me sucedía las primeras veces. No exagero cuando les digo que de un rato a la fecha no recuerdo absolutamente nada de lo que sucede arriba de un escenario y no por nerviosismo, sino todo lo contrario: por que no estoy pensando. Y no soy el único, muchos compañeros también evitan pensar (ojo: lo evitamos) pues como muchas de las cosas en la vida, entre más lo piensas menos lo disfrutas.

Termina la música. Nos aplauden (los de adentro más que los del público), damos las gracias, y salimos ordenadamente mientras otro grupo entra. Pero una vez fuera de la vista del público, la calma y la pose y toda la seguridad con la que se le ve a uno en el escenario da paso a risas nerviosas, caras de decepción, festejos de triunfo y sobre todo, prisa por salir a cambiarse para el siguiente baile; no importa que bailemos en 20 minutos, el chiste es cambiarse rápido para ver lo más posible de la función. Agarramos un chocolate o damos un trago del licor que sea que alguien haya traido (ambos de contrabando, pues no se pueden meter alimentos al teatro) y ocupamos de nuevo los lugares estratégicos entre las piernas del escenario para ver lo que sigue.

Nos decimos 'bien bailado, felicidades', pero nos comentamos lo que sucedió: quién dio una vuelta de más, quién no estaba sonriendo, la línea que estaba chueca, la pareja que se lució, lo padre que se veía la coreografía. Nos abrazamos, nos damos zapes simbólicos, nos procuramos unos a otros.


Somos una gran familia saliendo por partes al escenario a demostrar nuestro placer por bailar.

Termina la función. Se dicen las palabras finales, salen los que tienen que salir a dar las gracias y mientras se cierra el telón, todos respiramos aliviados. Esto ya se acabó.

Ya lo único que queda es cambiarnos de regreso a las ropas de calle y salir del teatro, pero hasta eso se disfruta y se hace sin mucha prisa.

Siempre la última parte de una función es la más relajada y en la que uno ya puede hacer todo tipo de bromas o comentarios mientras se cambia y deja en ganchos o en bolsas las últimas dos horas de su vida. Nos tomamos muchas fotos, salimos (a escondidas) a ver a nuestros familiares y preguntar ¿Cómo estuvo?, y en general, nos vamos despojando de a poco del golpe fuerte de adrenalina que representa una función de danza.

Después de hacer socialité durante la hora que siguió al final de la función, y ya con todas nuestras cosas empacadas de nuevo, salimos del teatro. Los que pueden y todavía tienen energía se van a comer o a tomar un café en grupos (porque entre que uno no come durante las funciones y la adrenalina gasta mucha energía, uno sale dispuesto a clavar el diente en lo que sea) para seguir platicando, pero otros -como yo- van como zombies, con hambre y con ganas de aterrizar en la cama (o en un baño caliente) directo al coche o al transporte público para regresar a sus casas.

Pero todos salimos del teatro preguntándonos cuándo será la siguiente función, pues ya no podemos esperar a repetir la experiencia de nuevo.

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Escuchando: Arcade Fire - Keep the car running

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