Hoy empezamos más temprano pues quedamos de ir a desayunar al Sanborns para aguantar todo el día; sin embargo, de los 10 que somos sólo Liz, Mario el nuevo y yo estábamos listos para desayunar.
En vista de que los que salieron en la noche estarían a esta hora todavía cuajadísimos, nos fuimos nosotros tres a desayunar al Sanborns. Allá nos alcanzaron los gerentes, crudísimos pero al pie del cañón. Allá nos enteramos de la triste verdad: se la amanecieron y venían ¡en vivo! Jorge el jefe de la jefa (un gerente guapetón de pelo en pecho, barba de candado y preciosos ojos color miel, pero irremediablemente buga) era el más maltratado: todo el día cabeceó y destiló alcohol por los poros pero no pudo hacer nada pues se lo traían de entrevista en entrevista y fregándole en la computadora mientras no lo estaba. Yo me siento a su lado por esta semana así que en realidad me pude dar cuenta que el pobre en el pecado llevó la penitencia, pero el olor se diseminaba por toda el aula.
En realidad, el día de hoy resultó pesado para todos, crudos o no. Hubo mucha información que necesitamos procesar, gente a quien perseguir (hoy fui el encargado oficial de picarle el hígado al encargado de Sistemas, a ver quién aguantaba más), cosas por hacer y muchas, MUCHAS modificaciones que los entregables requerían para ir juntando las versiones finales, pues a pesar de que esta documentación sería pequeña, el tiempo para las entrevistas se redujo rápidamente cuando varios de los entrevistados avisaron que entre jueves y viernes tenían juntas o no iban a estar.
Para estas fechas, empezamos a notar que se sienten incómodos con nosotros en la promotoría.
Para la comida, Jaime, uno de los grandes dentro de la promotoría, nos prometió llevarnos a comer a un lugar llamado Karne Garibaldi, que una amiga ya me había recomendado ampliamente durante dos días. Llegar no es complicado, pero sí tedioso: está en una zona cerca del centro que tiene las calles muy angostas.
Karne Garibaldi tiene el récord Guinness al servicio más rápido del mundo, y en verdad lo tiene: tan pronto como íbamos ordenando nos iban despachando, aunque con ésos riquísimos frijoles con elote que hay en cada mesa no me molestaría esperar; y miren que no como frijoles, pero con éstos comí como para todo el año.
En parte, Karne Garibaldi tiene el servicio ultraexpress debido a que sólo venden una cosa: Carne en su jugo. Chica, mediana, grande, pero sólo carne y algunas otras cosas sencillas. Sin embargo, con la carne es más que suficiente: está algo picosa, pero la sirven con unos frijoles y todo eso bañado en su jugo. Delicioso. El servicio es de primera calidad además.
Nuevamente a la oficina, a intentar terminar lo mucho que había pendiente. Salimos de la oficina a las 6 pero llegamos al hotel a seguir trabajando en lo que faltaba. Cada quien acabó su parte a diferente hora pero quedamos de vernos en el lobby a las 9:30 para salir a cenar, ahora sí, todos juntos.
¿Si? Pues no. Jorge se quedó dormido (ya era justo) y Gérard, otro de los gerentes, simplemente no quiso ir, de modo que una vez más ocho de nosotros salimos a recorrer Guadalajara de noche.
El lugar esta vez fue Casa Bariachi, un lugar divertido que como variedad tiene bailes folklóricos (á la Amalia Hernández) y un mariachi juvenil que tocaba muy padre desde las de Chente hasta Juan Gabriel y con una particularidad: llevan arpa, como se usaba en el mariachi original. El negocio es el alcohol, pero para pedirlo te dan varias opciones de comida, y se decidió que nos traerían una botella helada de Tradicional y dos charolas con harta comida: Camarones rebozados, camarones con aderezo, carne adobada, filetitos de arrachera, ensalada, queso fundido, y tortillas de comal. Todo muy rico salvo el tequila, que en paloma no sabe a nada absolutamente nada.
Tocó el mariachi, se subieron dos espontáneos a cantar y el tercero fue un señor que se hacía llamar El Charro de Toluquilla. Chaparro, mal rasurado, panzón, morenito, de sombrero negro maltratado y hebillota pero con sonrisa franca y una gran actitud ante la vida, todos pensamos que se había equivocado de karaoke, pero nos salió con la grata sorpresa de que cantaba padrísimo como Vicente Fernández e imitaba rebien a Pedro Infante de borracho. El público (una mesota de Ensenada, una de Sonora, otra de Chihuahua, nosotros del DF y algunos perdidos de Guadalajara) no lo dejaba bajar, y hasta el mismo mariachi no se veía tan a descontento con que llevara ya tres canciones en lugar de una.
Los de Sonora contrataron al mariachi y cantaron dos canciones y un corrido antes de cederle el micrófono a… ¿quien creen? El Charro se echó otras tres canciones (una de ellas “Cachanilla”, con dedicatoria especial a los de Ensenada) pero el mariachi ya se veía molesto con la continua participación del –para mala fortuna- chilango. Tocó el mariachi otras dos, y le volvieron a quitar el micrófono, esta vez una chica guapa que cantó Amor Eterno suavecito pero melodioso.
Los chavos desviaron la atención para ver a unas chicas buenotas que entraron promocionando Bomba, una bebida energética estilo RedBull pero que tenía el agregado de estar siendo llevado mesa por mesa por dos güerotas espigaditas. Claro, ellos estaban que babeaban (por la vez número 157 del día) pero las chicas se acercaron a MÍ para venderme la bebida, y los simpáticos de ellos me compraron la botella nomás para tenerlas a ellas cerca.
Con todo y que me tomé una bebida energética en menos de diez minutos, Liz, Pedro (otro de nosotros) y yo estábamos cabeceando pero Jorge (que nos alcanzó casi a tres cuartos de comida), Rolando y los fiesteros habituales ya se estaban alistando para irse a otro lado a seguirla.
Eran las 12:40 y el día para nosotros ya había acabado, aunque para ellos la noche era joven.
En vista de que los que salieron en la noche estarían a esta hora todavía cuajadísimos, nos fuimos nosotros tres a desayunar al Sanborns. Allá nos alcanzaron los gerentes, crudísimos pero al pie del cañón. Allá nos enteramos de la triste verdad: se la amanecieron y venían ¡en vivo! Jorge el jefe de la jefa (un gerente guapetón de pelo en pecho, barba de candado y preciosos ojos color miel, pero irremediablemente buga) era el más maltratado: todo el día cabeceó y destiló alcohol por los poros pero no pudo hacer nada pues se lo traían de entrevista en entrevista y fregándole en la computadora mientras no lo estaba. Yo me siento a su lado por esta semana así que en realidad me pude dar cuenta que el pobre en el pecado llevó la penitencia, pero el olor se diseminaba por toda el aula.
En realidad, el día de hoy resultó pesado para todos, crudos o no. Hubo mucha información que necesitamos procesar, gente a quien perseguir (hoy fui el encargado oficial de picarle el hígado al encargado de Sistemas, a ver quién aguantaba más), cosas por hacer y muchas, MUCHAS modificaciones que los entregables requerían para ir juntando las versiones finales, pues a pesar de que esta documentación sería pequeña, el tiempo para las entrevistas se redujo rápidamente cuando varios de los entrevistados avisaron que entre jueves y viernes tenían juntas o no iban a estar.
Para estas fechas, empezamos a notar que se sienten incómodos con nosotros en la promotoría.
Para la comida, Jaime, uno de los grandes dentro de la promotoría, nos prometió llevarnos a comer a un lugar llamado Karne Garibaldi, que una amiga ya me había recomendado ampliamente durante dos días. Llegar no es complicado, pero sí tedioso: está en una zona cerca del centro que tiene las calles muy angostas.
Karne Garibaldi tiene el récord Guinness al servicio más rápido del mundo, y en verdad lo tiene: tan pronto como íbamos ordenando nos iban despachando, aunque con ésos riquísimos frijoles con elote que hay en cada mesa no me molestaría esperar; y miren que no como frijoles, pero con éstos comí como para todo el año.
En parte, Karne Garibaldi tiene el servicio ultraexpress debido a que sólo venden una cosa: Carne en su jugo. Chica, mediana, grande, pero sólo carne y algunas otras cosas sencillas. Sin embargo, con la carne es más que suficiente: está algo picosa, pero la sirven con unos frijoles y todo eso bañado en su jugo. Delicioso. El servicio es de primera calidad además.
Nuevamente a la oficina, a intentar terminar lo mucho que había pendiente. Salimos de la oficina a las 6 pero llegamos al hotel a seguir trabajando en lo que faltaba. Cada quien acabó su parte a diferente hora pero quedamos de vernos en el lobby a las 9:30 para salir a cenar, ahora sí, todos juntos.
¿Si? Pues no. Jorge se quedó dormido (ya era justo) y Gérard, otro de los gerentes, simplemente no quiso ir, de modo que una vez más ocho de nosotros salimos a recorrer Guadalajara de noche.
El lugar esta vez fue Casa Bariachi, un lugar divertido que como variedad tiene bailes folklóricos (á la Amalia Hernández) y un mariachi juvenil que tocaba muy padre desde las de Chente hasta Juan Gabriel y con una particularidad: llevan arpa, como se usaba en el mariachi original. El negocio es el alcohol, pero para pedirlo te dan varias opciones de comida, y se decidió que nos traerían una botella helada de Tradicional y dos charolas con harta comida: Camarones rebozados, camarones con aderezo, carne adobada, filetitos de arrachera, ensalada, queso fundido, y tortillas de comal. Todo muy rico salvo el tequila, que en paloma no sabe a nada absolutamente nada.
Tocó el mariachi, se subieron dos espontáneos a cantar y el tercero fue un señor que se hacía llamar El Charro de Toluquilla. Chaparro, mal rasurado, panzón, morenito, de sombrero negro maltratado y hebillota pero con sonrisa franca y una gran actitud ante la vida, todos pensamos que se había equivocado de karaoke, pero nos salió con la grata sorpresa de que cantaba padrísimo como Vicente Fernández e imitaba rebien a Pedro Infante de borracho. El público (una mesota de Ensenada, una de Sonora, otra de Chihuahua, nosotros del DF y algunos perdidos de Guadalajara) no lo dejaba bajar, y hasta el mismo mariachi no se veía tan a descontento con que llevara ya tres canciones en lugar de una.
Los de Sonora contrataron al mariachi y cantaron dos canciones y un corrido antes de cederle el micrófono a… ¿quien creen? El Charro se echó otras tres canciones (una de ellas “Cachanilla”, con dedicatoria especial a los de Ensenada) pero el mariachi ya se veía molesto con la continua participación del –para mala fortuna- chilango. Tocó el mariachi otras dos, y le volvieron a quitar el micrófono, esta vez una chica guapa que cantó Amor Eterno suavecito pero melodioso.
Los chavos desviaron la atención para ver a unas chicas buenotas que entraron promocionando Bomba, una bebida energética estilo RedBull pero que tenía el agregado de estar siendo llevado mesa por mesa por dos güerotas espigaditas. Claro, ellos estaban que babeaban (por la vez número 157 del día) pero las chicas se acercaron a MÍ para venderme la bebida, y los simpáticos de ellos me compraron la botella nomás para tenerlas a ellas cerca.
Con todo y que me tomé una bebida energética en menos de diez minutos, Liz, Pedro (otro de nosotros) y yo estábamos cabeceando pero Jorge (que nos alcanzó casi a tres cuartos de comida), Rolando y los fiesteros habituales ya se estaban alistando para irse a otro lado a seguirla.
Eran las 12:40 y el día para nosotros ya había acabado, aunque para ellos la noche era joven.
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