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Toño en Monterrey 2: Que me mee un perro


Como lo prometí, acá va la siguiente entrega del viaje a Monterrey. Quejas de la longitud del post, al final por favor. Gracias.


--o0o--

A las dos de la tarde, poquito más de una hora después de haber salido del D.F., se devisaba el Cerro de la Silla a nuestra izquierda, aunque íbamos volando hacia el norte. Esa fue la primera de las cosas que me llamaron la atención del viaje a Monterrey pues siempre creí que estaba al norte de la ciudad, pero está más bien hacia el suroriente y la famosa silla se vería de ladito desde el centro. Minutos después aterrizaba el avión en el aeropuerto de Monterrey y por primera vez en mi vida, como en película, bajé del avión hacia la pista de aterrizaje por medio de una escalerita que nos acercaron en el momento. La terminal, que por lo que entiendo está muy separada de las otras dos que integran el aeropuerto, estaba en reparación y tiene un servicio de shuttle entre las tres. Shuttle también fue el que me llevó al centro de la ciudad por parte de la aerolínea mientras disfrutaba del recorrido y repasaba como llegar al cine en el menor tiempo posible.

El aeropuerto de Monterrey no está en Monterrey. Chan cháaaan. Está más bien a las afueras de Apodaca, que es parte de la zona metropolitana de Monterrey. Eso me permitió ver (o no ver) en un trayecto de cerca de 30 minutos una cosa extrañísima: hacían falta edificios de más de 10 pisos. Sí sí, es verdad, en una de las ciudades más grandes del país no había, aparentemente, ningún edificio alto y nos afectaba directamente en la cantidad brutal de sol que se colaba por las ventanas del autobús mientras íbamos por la vía rápida sorteando el tráfico de fin de semana.

Llegó el camión a la central de autobuses de Monterrey, extrañamente ubicada en la zona centro, y ahí nos bajamos. Según el mapita que había conseguido por Google Maps, estaba parado cerca de una estación (Cuauhtémoc) donde tenía que hacer trasbordo para avanzar solamente UNA estación más hacia la que quedaba cerca de mi destino, de modo que mataría dos pájaros de un tiro: conocer el metro Y además una estación de trasbordo.

¿Una? el metro de Monterrey tiene DOS LÍNEAS, que solo se cruzan en esa estación. Vaya suerte. Como sea, me esperaba un sistema de tickets como el del D.F. pero no, solo hay máquinas automáticas del año de María Canica que expenden tarjetas con 1, 2 o 4 viajes precargados. Para no pasar por turista despistado me quedé viendo como estaba el procesito para comprarlas y ya luego en un momentito donde no hubo gente pude comprar la mía sin problemas. El momento donde todos pudieron ver que no era de ahí vino cuando me fui DOS veces en la dirección equivocada, primero a la línea que no era y después cuando llegué al andén correcto casi me subo en la dirección que no es, pero bueno, ¿a quién no le ha pasado?

Con el orgullo un poco mancillado salí de la estación General Anaya (¿a qué hora llegué a Tlalpan?) y según el mapa tenía que caminar unas cuadras y luego dar vuelta a la derecha, no más de 15 minutos... si no hiciera ese bendito calor.

Cual perrito sin dueño, me iba refugiando del asqueroso calor en cuanto toldo encontraba, y ya que no había una sola tienda alrededor para comprar una agüita me fui despacito, contemplando el ambiente. Ambiente tenso, debo decir... no es que el calor nos apendeje a todos, si no que de verdad la tensión que los medios nos presentan de la situación de Monterrey es real y podría cortarse con cuchillo, sobre todo cuando veía uno pasar una camioneta de la PFP corriendo a toda velocidad.

Pero bueno, regresemos a mí y a mi triunfal llegada a la plaza donde está el cine. Triunfal digo por que una vez que se abren las puertas automáticas de la plaza el congelante aire acondicionado de adentro te pega en la cara y hace que te vuele el cabello que ni en anuncio de champú. Pasado el momento donde recordé lo que era el frío, le marqué a Rodolfo y tanto el como Kero (el chofi) salieron a darme un abrazo entre "¡llegaste!", "lo logramos" y "mamá, ya no quiero jugar". Mal dormidos, mal comidos, y viendo películas que ya se sabían de memoria, me dieron mi playera de staff, me llevaron a ver a m'hijo (que estaba dentro del estacionamiento de la plaza) y me invitaron a dejar mis cosas ahí en la sala de proyección para luego bajar junto con Miguel (otro chico que había ido con ellos) a que todos comiéramos.

¿La sala de proyección, dice usté? Si han seguido el blog desde hace un rato, recordarán que era un lugar que tenía muchas ganas de conocer, junto con Monterrey, y se me hicieron las dos al mismo tiempo. Pasamos por la puerta de "Solo personal autorizado" (¡ay!), subimos unas escaleras y... llegamos a un pasillote con muchas máquinas de proyección. Unas máquinas corrían metros de cinta de una bandeja y la enrrollaban en otra, y algunas otras máquinas eran enteramente digitales. No cuartitos, no pósters (salvo los de calidad y esas ondas) y absolutamente no como los pensaba. Ligeramente decepcionado dejé mis cosas y regresamos los cuatro a la plaza.

Comimos pues. Fuimos a Wal-Mart a comprar comida hecha y unos Topochicos (sin albur) y mientras comíamos me contaron lo que ya les adelanté del viaje y el mecánico con un poco más de detalle, además de conseguir la dirección de un contacto en la ciudad que aparentemente tenía la suerte de vivir enfrente de un mecánico. Acabando de comer, en el cine amablemente nos prestaron un teléfono para hacer una llamada local al seguro para que arrastrara el coche a casa de este chico y todo empezara a fluir. Aparentemente las cosas no estaban tan mal... pero la vorágine de emociones estaba por venir.

Una vez que la grúa llegó al estacionamiento, me jalé a Miguel para que diera santo y seña con el mecánico de lo que les pasó en carretera y por que él era el del contacto al final. El señor de la grúa, que fue muy amable en todo momento, nos preguntó que qué nos había pasado. Ahí fue cuando empecé a sospechar que quizá Miguel no había sido la mejor opción... digamos que acabé yo diciendo como había estado el percance y cual era la dirección a la que teníamos que ir. Y ahí fue también donde casi me pongo a llorar: La dirección no existía.

El de la grúa con su Guía Roji, un chico de la central con otro mapa vía radio y Miguel con su GPS no podían encontrar la dirección que le acababan de mandar por mensaje. Se le marcó al chico y no contestaba mientras la tarde de sábado avanzaba rápidamente y seguíamos en el mismo lugar.

Al filo de la desesperación se me ocurrió preguntarle al señor de la grúa si el conocía otro taller donde lo pudiéramos llevar y contestó que sí, pero no sabía si estaba abierto, tenía que marcar. Yo creo que nunca en la vida había rezado con tanto fervor como esos dos angustiosos minutos en donde finalmente le dijeron que sí, que llevara el auto con confianza. Eso de rezar como que sí funciona, oiga.

Disponémonos pues a sacar el coche del estacionamiento. ¿Y el boleto? Resulta que quién sabe como le hizo la grúa que se los trajo a Monterrey (y ellos que no se fijaron) que básicamente metieron el coche de contrabando y ahora sin boleto no podíamos salir. Yo no se qué cara habré puesto que el chico de la caseta acabó por decirme "está bien, páguenlo como boleto extraviado" y nos dejó, por fin, sacar el coche con rumbo al mecánico mientras Miguel seguía intentando contactar al amigo del domicilio (des)conocido.

Ya cerca de las 7 p.m. llegamos al taller, del que el señor de la grúa se deshacía en alabanzas. Bajamos el coche, lo pusimos en posición y el señor de la grúa se despidió. Y oootra vez la bonita pregunta de "¿qué les pasó?" donde ya no me esperé a que contestaran por mí. Con la pura descripción y con esa seguridad que da la experiencia, nomás contarle el triste corrido del caballo color cereza el jefe de mecánicos (de quien nunca supimos el nombre) ya sabía que es lo que le pasaba, a reserva de revisar mejor el coche. Pero el no se metía con cosas de precios, cotizaciones y tratos con clientes, así que nos mandó afuerita a la vuelta a hablar con Don Darío a ver qué decía el.

Darío, que acabaríamos por enterarnos que es hermano del jefe de mecánicos y dueño de la refaccionaria convenientemente puesta junto al taller, es de esas personas que está demasiado ocupada para ser amable. Panzón, canoso y con un tic nervioso que lo hace tronar la lengua, cuando llegamos estaba atendiendo dos teléfonos al mismo tiempo mientras estaba apuntando en un cuadernito una serie de cosas con una letra cursiva que mi mamá envidiaría. Aventó -literal- una bocina en el mostrador, colgó la otra y seguido de un "Hola muchachos" se desahogó con nosotros del coraje de pelearse con un proveedor al que le pidió dos baterías iguales y que le había llevado dos diferentes.

Ya que su marcado acento norteño acabó de refunfuñar, una vez que nos saludó más propiamente nos volvió a preguntar cómo habíamos llegado ahí. Yo que ya estaba agarrando velocidad en eso de contar una historia que no había vivido, le estaba dando los pormenores cuando se apareció su hermano y profetizó "son las válvulas, hay que mandar rectificar la cabeza", con lo que Darío (que a pesar de los años todo mundo tuteaba) estuvo de acuerdo también. Ya era tarde, de modo que no harían mucho en la hora y media que quedaba, pero prometieron empezar temprano al día siguiente para que la cabeza estuviera lista para rectificación el lunes a primera hora y, rezándole a San Juditas, el martes a medio día estuviéramos camino a Mexicalpán de las tunas prietas. No me hizo feliz tanto tiempo pero no teníamos mucha opción y ellos aparentemente sabían lo que hacían, entonces dije que sí, que estaba bien. Al día siguiente regresaríamos para ver como iba el proceso y para el pavoroso momento de la cotización. Ay mamá.

Ya más tranquilo por tener el coche en proceso de reanimación, a la hora de tomar un taxi de regreso al cine me acordé que faltaba algo esencial, que luego Rudy me confirmó cuando se lo pregunté: A ellos la grúa los había aventado directamente en la plaza a las ocho de la mañana y llegaron a hacer pruebas, por lo que no teníamos lugar para dormir todavía. Eran pasaditas las nueve de la noche.

Como me pasa usualmente, la ayuda me llega de lugares insospechados o mi mamá tiene ojos en todos lados: Actualizando mi estado en Facebook un amigo me pregunta si ya tengo lugar para quedarme, por que el conoce un hostal con las tres B (bueno, bonito y barato) que -agárrense- por un bendito guiño del destino queda a medio camino entre el cine y el mecánico.

Cambio de pareja y esta vez Rudy y yo vamos de scouting para revisar el hostal. Tocamos el timbre de la entrada y el interfono con voz de señora trasnochada nos abre la puerta y nos indica llegar al primer piso. Ya ahí, la señora con voz de interfono nos enseña los cuartos (de dos camas y baño propio) mientras le vamos contando nuestra triste historia y le decimos que somos cuatro y nos quedaremos dos noches. Alguna de las dos la convenció de prepararnos un cuarto y esperarnos despierta hasta la una para darnos la llave por un precio bastante accesible. Dimos las gracias y nos regresamos al cine para la última función del día.

Yo no se Rodolfo pero al menos yo, ya teniendo resuelto el resto del fin de semana y habiendo arreglado las cosas del coche, estaba mucho menos tenso aunque todavía con un calor abrasador. Llegando al cine Miguel estaba dormido, así que en lo que la película seguía su curso los tres restantes bajamos a cenar al Portón que estaba saliendo del cine y ahí acabamos de relajarnos echando chisme con tecito frío y pastelito, viendo un partido de beisbol.

Tan relajados íbamos que estábamos en calidad de bulto en el taxi camino al hostal. Todavía pasamos a comprar algo de comida al 7-Eleven pero en realidad ya estábamos dormidos parados... hasta que llegamos con la señora y nos da la muy grata sorpresa de un cuarto con dos camas extrauna por persona!), la clave de la conexión inalámbrica de internet (¡albricias!) y la aún más grande sorpresa de un frigobar en funcionamiento y aire acondicionado dentro de la habitaciónDios existe!).

Como pudimos, le agradecimos mucho a la señora por las molestias, aventamos las cosas, prendimos la televisión y nos pusimos cómodos para dormir no sin antes hacer checkin virtual en las redes sociales para avisarle a la muchachada que todo iba lo mejor que se podía con poco dinero y el coche en el hospital. Al menos la misión importante, que el festival corriera, estaba sin alteraciones. 

Esa noche ellos durmieron como si no hubiera un mañana, y yo mientras los veía dormir por primera vez en dos días solo pensaba en las circunstancias en las que conocí Monterrey y en el dicho ese que dice "Cuando te toca, aunque te quites". 

--o0o--

Estén pendientes para la parte 3. No se si haya una cuarta, pero la que viene será más pequeña, lo prometo.

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Oyendo: Torreblanca - Si

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