Ya se, ya se. Si el blog fuera un lugar físico tendría telarañas y una capa de tierra que Dios guarde la hora.
Pero no es momento de quejarse. Vengo a contar una historia que, con suerte, encuentran entretenida a pesar de la falta de práctica para escribir algo que no sea técnico. Ahí me cuentan en los comentarios.
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El sábado de la semana pasada que regresé de una función estaba la mesa de la sala llena de utensilios de cocina y harina por todas partes. Cuando saludé salieron mi hermano y su novia de la cocina y fue cuando me enteré que estaban cocinando un pastel. La verdad es que me dio mucho gusto porque el muchacho cocina rico, así que mientras platicaba con ellos y descargaba la maleta del vestuario estaba con un ojito en el pastel y otro en mi maleta con camisas sudadas.
No bien salió el pan del horno se dejó oler un aroma a pan de chocolate delicioso que a cualquiera se le hubiera antojado, aunque todavía tenía que enfriarse. Y yo nomás dándole vueltas pero ya más en los brazos de Morfeo que en el valle de lágrimas que es este mundo. Con la pena del caso (y con un incipiente cuadro de gripa) tuve que retirarme a mis aposentos a babear la almohada porque no podía más, pero seguía pensando en ir a volarme un pedacito cuando estuviera listo.
Corte a la mañana siguiente. Llegado ese bonito momento de desayunar, me comí mi fruta de ley y me fijé en el refri. Ahí estaba el pastel, majestuoso, terminado, coquetéandome con su icing y su mermelada y sus chochitos y su ralladura encima.
Como decía Oscar Wilde que la mejor forma de evitar la tentación es caer en ella, me preparé un café y agarré un cuchillo para volarle un pedacito al pastel. Me senté en la cabecera de la mesa cual Padrino, con mi cafecito y mi pastel, agarré un cachito con la cuchara y...
Salado.
Ay papáwh, esa no me la esperaba. ¿Salado? Primero pensé que había... no se, agarrado el pedacito donde se les cayó la sal, o que tenía mucha harina o algo raro. El siguiente bocado tendría que saber a lo que sabe un pastel de chocolate, estaba seguro.
Pero no, seguía salado. Y si el primer bocado fue un shock, este ya casi fue imposible de pasar. Lo malo es que mi papá y mi hermano despertaron en ese momento y tuve que tragármelo, pero de verdad no era yo feliz con un pastel de chocolate salado. Por supuesto, cuando me preguntaron qué tal había quedado tuve que decir la verdad y no me creyeron. Es más, me vieron muy extraño, pero al probarlo me dieron la razón completamente.
Los que me conocen saben que no dejaría por nada del mundo una rebanada de pastel, pero en este caso no pude ni llegar a la mitad por más que lo intenté. El café me lo acabé con otra cosa y no recuerdo qué le pasó a a mitad de rebanada que dejé.
Necio como soy, en la noche me quise comer otro pedacito (no vaya a ser que se le haya quitado lo salado así como cosa suya) pero nanai, igual. No quería hacerlo pero tuve que preguntarle a mi hermano qué le había echado y ahí empezó la rebambaramba, como dijera Enrique Bermúdez: lo sintió como agresión a sus artes culinarias y total que no me dijo que le había echado, tuve que hacer memoria yo solito y, hasta ese momento, no recordaba nada fuera de lugar.
No probé el pastel el resto de la semana pero cada que abría el refri, extraña e inexplicablemente, había menos pastel. ¿Alguien de verdad se lo estaba comiendo? ¿Lo estaba mi papá partiendo en pedacitos para tirarlo? No supe y no quise preguntar tampoco. El caso es que con los días fue habiendo menos.
El viernes que regresé de trabajar y abrí el refri para ver que había de cenar volví a ver el pastel, del que quedaba ya una tercera parte o algo así. Para que no ocupara mucho espacio lo cambié de su base a un plato, mientras, cual sirena, me hablaba bonito y me decía lo bien que me haría comérmelo en viernes en la noche con un té mientras jugaba. Me resistí todo lo que pude, pero mi hambre pudo más y me volví a servir un cacho mientras me preparaba un té. Carajo.
Pero esta vez no me iba a ganar, oooh no señor. Probé uno por uno los componentes del pastel para ver qué chingados estaba jugando con mi mente:
Mermelada (de zarzamora... meh) - check
Icing de chocolate - check
Chochitos de chocolate amargo - check
Chochitos rojos de chocolate (really?) - check
Solo quedaba la ralladura. Tuve miedo, pero como ya soy niño grande respiré profundo y... guaaaac.
Un sabor raro, concentrado, MUY salado. Tuve que ir al fregadero a escupirlo en honor a la verdad. Bueno, al menos ya sabemos qué es lo que estaba fregándonos el pastel... o no.
Eso no era chocolate, nunca lo fue. El chocolate, por muy viejo que esté, no cambia su sabor y mucho menos se vuelve salado. Así que tenía que ir a preguntar, ya mucho más específico, qué carajos había rallado Arturo para ponérselo al pastel.
Por fortuna, estaba medio dormido y sin ganas de pelear, así que lo único que balbuceó fue "pues lo que había en la caja de chocolate amargo que dejaste la última vez" y volvió a clavar el pico en la almohada.
La cuestión aquí es que cuando yo usé chocolate amargo para hacer un mousse no sobró nada. Sin embargo, había en la alacena una caja que ya estaba desde antes con una tablillita que no alcanzaba para cubrir el pastel. ¿Y si...?
Y sí: Estaba la caja, estaba la tablillita, y había algo más con peso al fondo. Voltée la caja para que cayera, y salieron estos dos cubitos.
Sí amiguitos: El pastel estaba salado porque traía Knorr rallado. Y me lo confirmó el té cuando recordé que usé la misma cuchara del pastel para moverle... lo ví y estaba grasoso.
Tiré el té, le quité la ralladura de Knorr al pastel y le rallé encima la tablilla de choco que quedaba (previa prueba de que en verdad fuera chocolate, no vaya a ser). El pastel recuperó toda su dulce gloria y esplendor y al día siguiente mi papá le quitó todo el icing al pastel que quedaba que, por lo que entiendo, se acabó rapidísimo.
Todavía nos preguntamos todos cómo es que fueron a parar cuadritos de Knorr a una caja de chocolate amargo para repostería. Yo puedo ser muy maldoso, pero no como para hacer ese tipo de bromas. Mi papá tiene ahí en una esquina la caja de Knorr como para no haberse fijado de donde se salieron los cuadritos rebeldes. Pero la pregunta aquí es: ¿qué esos dos no se dieron cuenta que NO estaban rallando chocolate?
Lo que sí me queda claro ahora es que el amor es una fuerza poderosa. TAN poderosa, que puede hacer pasar por dulce sin problemas el sabor amargo del Knorr sobre un pastel.
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Oyendo: Final Fantasy Piano Opera - Piano Medley
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