Cuando se puede, y a veces hasta cuando no, los viernes en la noche acabo mi semana tomándome un café de El Jarocho, sentadito en alguna de las bancas del centro de Coyoacán.
Uno de esos viernes me tocó sentarme en las escaleras que dan al quiosco, que tiene tiempo cerrado por remodelación. No era yo el único sentado en las escaleras y, como todos estamos ahí para disfrutar de una de las plazas públicas más bonitas de la ciudad, estábamos todos en sagrada paz viendo a los niños jugar correteando palomas o jugando con los globitos.
Estábamos, pues, disfrutando de la vida contemplativa cuando pasó una parejita de enamorados y el chico, con todo el desparpajo de quien está seguro de que lo que hace está bien, tiró su envase de refresco al piso. Así, sin más. Los que ya teníamos conciencia de que el muchacho era un absoluto puerco pusimos cara de infinito desprecio, pero seguimos sentaditos y en lo nuestro.
Sin embargo, el ruido del PET al caer hizo que volteara un chiquitín de no más de cuatro años y baberito amarillo. Arrastrando a su Rayo McQueen y con los pasitos de cuando uno apenas está empezando en el noble arte de caminar erguido, corrió hacia la botella y la levantó del suelo. Nada fuera de tono: uno esperaría que se pusiera a jugar con ella, o la lanzara, o le gritara a sus papás para que vieran su tesoro, pero el tenía otros planes.
Sin pensarlo mucho corrió dando de gritos, por supuesto seguido de sus nerviosos papás. Y así dando de gritos alcanzó a la parejita (que ni cuenta se había dado) y le extendió al chavo la botella en completa actitud de darle algo que se le había caído.
El muchacho se puso de veinte colores cuando vio a un nene regresándole la botella que había tirado en la calle, pero tomó el envase un segundo antes de que los papás del bebé llegaran por el gritando "¡No! ¡Espera!". El niño no entendía el alboroto y cuando lo regresaron al piso siguió jugando con McQueen, tan fresco el. Algo se dijeron los papás y el novio y lo unos regresaron a su labor de guardaespaldas mientras los otros siguieron caminando fuera de la plaza.
Los que vimos la escena nos quedamos helados. Sin saberlo, el amiguito había hecho lo que veinte adultos a su alrededor pensamos pero no nos atrevimos a hacer. Ya no supe si el chavo fue a tirar su botella a un bote o al piso dando la vuelta a la calle, preferí quedármele viendo a nuestro héroe ser feliz persiguiendo palomas.
---
Oyendo: Arcade Fire - Sprawl II (Mountains beyond mountains)
Comentarios