Planeado hace mucho tiempo. Escrito entre un día muy aburrido en el hospital, y uno más aburrido en la oficina.
---
El público estaba fuera de control. Pancartas que decían
"¡Asesino!" y "¡Santo!" se veían pegadas en el juzgado y en
las manos de los revoltosos. Ni el juez Masterson estaba en sus cabales.
-"¡OOORDEN LES DIJE! Al que no se quede quieto lo
aprisiono por desacato, aunque me quede yo solito."
Policías amenazantes ocupaban sus lugares, y la gente se
fue callando de a poco.
-"Bien. El siguiente caso que nos ocupa, señor
McFarrill."
-"El pueblo contra Joseph Sukahara, Su
Señoría."
Antes de terminar la frase, el público estaba de nuevo en
pie, gritando.
-"¡QUE SE CAAAAALLEEEEN!" Y dejó caer el
martillo que casi rompe la madera.
Pasó el señor Sukahara. De japonés sólo tenía el nombre:
era blanco, de ojos verdes y cabello negro. Pequeño para un americano, eso sí.
Dos policías lo llevaban con un traje naranja.
Se sentó amablemente donde le indicaron. Su abogado, el
señor Anka, tenía las manos sudorosas.
-"Señor Sukahara, por el delito de homicidio en
primer grado a 84 indigentes de la Ciudad de Nueva York, ¿cómo se
declara?"
-"Inocente, su Señoría".
Esta vez hasta celulares volaron. Gritos de
"¡Asesino!" y "¡Bendito seas!" e incluso la prensa, fuera
del edificio, oía el ruido. Volvió a caer el martillo.
El juez Masterson hizo acopio de toda su fuerza y preguntó:
-"No es característica de este tribunal dar lugar a
bromas, pero quiero que se explique. Recuerde que a usted también le va la vida
de por medio, señor."
Sukahara habló lento. "Pero no es broma, su Señoría.
Los pobres salvados vivían la más miserable de las vidas que hubiera imaginado.
Lo que hice fue sacarlos de ahí, de su miseria."
-"Ah sí, que lo conocen como 'el santo de los
indigentes'. Pero para este tribunal no. Si es encontrado culpable, será
electrocutado mañana a medio día." Y cayó el martillo.
-"Pero déjeme explicarle, señor Juez. Incluso usted
podría cambiar de opinión, es importante."
El juez ya se quería ir a comer, pero decidió que reír
por lo bajo un poco después de tanto alboroto le vendría bien.
-"Tiene dos minutos."
-"Joe, por Dios, acepta con dignidad tu sentencia.
No les des más de dónde tomarse." Dijo el abogado con todo el nervio
posible.
Pero Joe no le hizo caso. Calmo, como en todo, empezó:
-"Solo Nueva York tiene 53,000 indigentes.
Una cifra menor comparada con México o Nueva Delhi. La famosa Capital del mundo
está llena de gente en sus calles, sucia, desamparada. Mi objetivo nunca fue
matarlos por placer, más que regresar al Paraíso a esos pobres seres. Solos,
sin ahorros, mal nutridos, tomando como baño la época de lluvias."
Algún carraspeo sarcástico se oyó por ahí. El siguió:
-"La idea se me ocurrió cuando un chico que vivía cerca
de mi puerta amaneció congelado un crudo día de invierno. Sin nombre, sin casa,
sin familia, era una estadística más de NY en muertos por hipotermia. Y si eso
quería la Capital del mundo, eso iba a tener."
Comentarios