¡Porque todos los viajes tienen su bola
de estupideces!
Aquí le traemos una bonita recopilación
de lo que me pasó en Japunk, todo rigurosamente verídico.
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En un viaje a una especie de herbolario
nice, me perdí dos veces, una con compañía y otra solo.
La primera, mientras la mitad de la
comitiva se subía al tren, la otra mitad buscamos a un poli para preguntar si
ese tren iba para Mie. Ya cuando nos dijo que sí, las puertas del tren se
habían cerrado. Hasta que no salió el otro tren y llegamos a la terminal fue
que nos reunimos todos. Los muchachos juran que nos gritaron todo lo posible
que sí era el tren pues le habían preguntado a alguien dentro del vagón; aunque
a mí no me hubiera gustado ser parte del oso que es una escena de gritos en un
país como Japón.
Después, ya en el herbolario, se hicieron
para variar grupitos. El mío, con gente que aún quiero mucho, se adelantó en
una fila y un señor grande hizo que me retrasara y finalmente me perdiera entre
la multitud. Ahí entendí que ESE era el momento de practicar todo el japonés
que mis honolables ancestros me habían pedido aprender. Pero no tenía chiste
viajar solo… aunque bueno, tenía mi cámara.
Cuatro horas después los vi, en los
puestos de comida. Karla me aplicó un attack hug y sólo pudo decir "No veía
a mi sudaderita de tres rayas D:" Casi lloramos.
¿Y el viaje? Conocí el doble que ellos,
que al final del día conocieron las virtudes de los ashiyuu, salidas naturales
de agua caliente para relajar las patitas.
Piense usted en una combinación de géneros e identidades sexuales que pueden encontrarse en una persona. A ver. ¿Ya? Pues se la mato: conocí un japonesito bisexual crossdresser SORDO. ¡BOOM!
A la mitad de un AGOTADOR primer viaje a Tokio, nos desparramamos, nada sensualmente, a comer lo que en México sería el equivalente a una fondita de comida corrida. La organizadora del viaje notó algo extraño en un pinchurriento frasquito de sal. Lo fue pasando uno a uno, y las sonrisas iban saliendo.
Piense usted en una combinación de géneros e identidades sexuales que pueden encontrarse en una persona. A ver. ¿Ya? Pues se la mato: conocí un japonesito bisexual crossdresser SORDO. ¡BOOM!
A la mitad de un AGOTADOR primer viaje a Tokio, nos desparramamos, nada sensualmente, a comer lo que en México sería el equivalente a una fondita de comida corrida. La organizadora del viaje notó algo extraño en un pinchurriento frasquito de sal. Lo fue pasando uno a uno, y las sonrisas iban saliendo.
Cuando me tocó a mí, también me sonreí:
Los ingredientes del frasquito decían "Sal natural de México".
Con la misma organizadora fuimos a un
viaje relámpago a Ise, una ciudad a la mitad de Japón. No bien bajamos del
tren, nos encontramos con una señora que iba sola. Nos acercamos a preguntar
indicaciones y nos dice "La verdad no soy de aquí. Hoy es mi cumpleaños y
vine rápido a orar porque en mi casa me esperan unas amigas" y corrió.
Creo, y SOLO CREO, que nos tomamos una foto con ella.
¿Cómo deciden seis ingenieros en qué piso del edificio alojarse?
Meten los números de cuarto disponibles a randomizer.org y se asignan por riguroso orden alfabético.
A mí nunca me dijeron que Fushimi Inari, el set de la famosa escena de Chiyo corriendo en "Memorias de una geisha", era una montaña LLENA de toriis hasta la cima. Entonces Karla y Toño, muy valientes a 35°, decidieron ver hasta donde acababan…
A mí desde pequeñito me dijeron que era alérgico al azufre, de modo que le huía como a los impuestos a los onsen (aguas termales). MUCHO tiempo después, en México incluso, me dijeron que no, que la medicina que estaba tomando tenía sulfametoxazol y yo no me ahogaba en mi choque anafiláctico. Pero el yodo de los contrastes me hacía mucho daño. Y yo sin enseñarles este puercazo que Dios me dio a los japoneses.
Cierto día que ya estaba empezando a
enfermarme en Japón, para ir a un viaje escolar había que ir en avión a
Hokkaido. Al resto de los muchachos les dije que se adelantaran en lo que yo
iba a hacerme una placa a un hospital cercano. Para no hacerles el cuento
largo, por cinco minutos no llegué al avión y tuve que tomar otro vuelo desde
otro aeropuerto a dos horas. Acalorado, con dolor de cabeza, frustrado,
llovido, llorado y demás, llegué dos horas tarde a Sapporo. En lo que ellos se
fueron a comer sushi plácidamente a un puerto pesquero cercano, yo me fui
embotadísimo a cenar a un lugar DELICIOSO en el centro de la ciudad. Dejé un
asiento vacío entre el japonesito de la izquierda y yo por la razón de siempre:
zurdo y derecho comiendo tienden a darse de codazos. A los diez minutos, llega
una pareja de viejitos y no había lugar más que a ambos lados de mí. Me hice a
un lado y el señor me respondió con un "gracias" en español.
No sé qué cara puse, pero entre oír de
una persona grande un "gracias" en español y la impresión de no saber
CÓMO sabía que yo era latino ha de haber sido una muy chistosa. Ya en japonés
le pregunté que cómo sabía español, y como en la canción de "Qué difícil es hablar en español" me dijo que se había ido a trabajar a Salamanca muchos
años hace muchos años.
Luego me preguntó cómo se decía
"hola" y cómo iban los números (se quedó en el cinco). Me acabé mi
ramen y mi chela, y me despedí en dos idiomas.
Nada como eso me podía haber regresado a
la vida con tanta facilidad y tantas ganas, aunque el helado de lavanda del día
siguiente se andaba discutiendo el primer lugar.
Dos o tres días antes de regresar a
México, Javier me convenció de dejar la empacación y correr a Kyoto a ver
Kiyomizudera, una de las nuevas maravillas del mundo. Lo que no me dijo es que
eran como 400 kilómetros de subida. Una semana antes me habían hecho una
punción lumbar y cinco días antes me dijeron, respetuosamente eso sí, que
saldría lo más inmediato posible expatriado.
No iba del mejor humor, pues. El día lo
sabía y tampoco lo estaba. No bien nos bajamos del bus empieza a llover, y por
más que Javier quería cotorrear conmigo yo traje casi todo el camino una cara
que pocas veces El Cielo ha visto.
Hay fotos de eso, pero están bajo llave y
tres cancerberos guardianes.
Por último, un día antes de regresar,
había que pasar la noche en otra ciudad.
Cansado, recién deshospitalizado, sin mi
taza chula de Ritsumeikan ni mi botella coqueta de agua, y con tres maletas,
tres mochilas y una bolsa llena de discos, me las ingenié para bajar 12 pisos,
tomar un taxi, dos trenes y otro taxi en medio de la lluvia. Solo.
Rinse and repeat para llegar al aeropuerto a las 6 am. Lo bueno
es que me tocó a un lado de un chico bastante lindo que venía a Mexicalpán de
las tunas prietas también. Pero por ir persiguiendo esa nalga y estar atento a
las maletas, perdí mis lentes -_-U No me dí cuenta hasta subido en el coche.
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