Parezco disco rayado, pero de veras hubo una época donde para
saber de qué era un juego tenías… bueno, que jugarlo. Pero además había un handicap
escondido: La historia no se contaba en el juego, sino en dos párrafos en el
instructivo; es decir que si no lo tenías bien podrías inventarle una trama a
lo que estabas jugando y no pasaba nada.
Y entonces Toño rentó Castlevania II: Simon's quest para Nintendo y no
entendió una puta de lo que estaba pasando. La música era buena, pero al ser
(supongo) mi primer juego no-linear tanta libertad para ir a donde quisiera me
apabulló… sin contar que el novedosísimo sistema de día y noche, que para un
puberto debió haber sido la hostia, a mí me asustó muchísimo porque con el
cambio los enemigos eran más diabólicos, más fuertes y los pueblos se inundaban
de zombies. Así que lo boté por allá y no le volví a entrar a Simón Bellomonte
ni a sus hijos.
Para cuando Drácula no me imponía miedo sino respeto, su
hijo también lo está buscando junto con el hijosobrinonietodetercergrado de
Simón, al lado de una chica que era Fernández y se perdió en la traducción,
mientras los juegos los desarrollaban en España. Así que los Castlevania siempre
me han dejado la cara de what, aunque no por las razones que deberían haber
sido.
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