Monterrey, Nuevo León. Afuera hacen 33 grados y no hay
una nube. Es el día 4 o 5 de estar varados en la ciudad, básicamente sin dinero
y sin nada que hacer. Ya conocíamos de memoria Santa Lucía, el Fundidora, y la
MicroMacroplaza. Con un hastío y un hartazgo brutales derivados de una falla
mecánica del coche que nos trajo hasta acá y que nos ha mantenido toda la
semana durmiendo en un cuarto con cucarachas y comiendo hotdogs de la calle
mientras lo componen, cuatro chilangos decidimos que ese día, por qué no, le
daríamos una vuelta a la Plaza de la Computación y el Videojuego, solo para no
volver a dar vueltas en Fundidora al rayo del sol.
La Plaza, como la del DF, no ofrece nada interesante si
toda la vida has sido gamer u otaku. Pero tiene aire acondicionado y eso es
bastante contra el ventiladorcito que hay en el cuarto que está frente a la
avenida donde, horas antes, había corrido un comando de la PFP.
Nada que hacer, en lo absoluto. Nada, salvo alquilar por
dos horas una consola y jugar para olvidar nuestras penas y nuestro bochorno.
Yo propuse algo de peleas para que al menos hubiera rotación, pero los otros
tres, que se mueven al ritmo de los FPS, propusieron Halo 3 para Xbox 360. Ni
mi consola ni mi género. Hubo ahí una clase de negociación que no prosperó
(sospecho que porque todos teníamos el suficiente calor para discutir) y
básicamente a fuerza estaba yo de repente escalando torres para encontrar
enemigos a los que no les podía atinar en la cabeza. Naturalmente, estaba yo
más aburrido que Luigi viendo a Mario rescatar a la princesa, hasta que decidí
que me iba a dar mi vuelta por allá y encontré un speedrun de Megaman 2, mucho
mucho más entretenido que disparar escopetas.
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