“Una serie de eventos desafortunados (para el juego)”,
debería subtitularse esta entrada.
Ellos dos hicieron grandes cosas por mucho tiempo.
Después, uno primero y luego el otro, decidieron que seguir en la misma
compañía de siempre no los dejaba desarrollarse. Por eso cuando la noticia de
que El Gran Planeador de los RPGs y El Gran Musicalizador de los RPGs harían un
título juntos, se me enchinó hasta el vello de la nuca.
Un noviembre, tarjeta en mano y con una orden doble
(para, coincidentemente, Saucedo y yo), preordené por internet The Last Story para Wii. Y no
solo el juego, la edición especial Golden Premium Nonplusultra; que no se note
la pobreza, pues.
Como todos los pedidos de final de año de Amazon, cuando
no se pierden (been there) se tardan lo indecible; y así fue como pasó con este
paquete que aun cuando salió ese enero se apersonó en mi puerta hasta dos meses
después junto con Final Fantasy XIII, del que ya hablamos hace dos posts. Para
saber cuál juego debería jugar primero tomé una dura decisión después de
considerar todas las opciones y, en un volado con una moneda de $5, el primer
gran obstáculo para el juego de Sakaguchi y Uematsu fue un juego en donde de
haber colaborado ellos hubiera sido fantástico. Ironías de la vida.
Después, para
continuar con su azarosa suerte, se me ocurrió un día que fui a casa de
Pepe abrir el juego, el mismísimo juego que tenía yo sellado en celofán, y
verle todos los detalles del arte, la caja, el disco y la música, quitándole
toda la mística a querer abrir el que tenía yo esperando pacientemente su turno
en casa. Por último, y cuando finalmente
Vanille y Fang consumaron su a… digo, salvaron a Coccoon, al Bad Luck Game se
le cruzó un título robavidas que, teóricamente, sigo jugando pero estoy en un
hiato de, digamos, ocho meses (y los que me faltan): Skyrim.
Así que en casa tengo un bundle sellado de un juego de
culto que, muy probablemente, nunca llegue a jugar y se quede durmiendo el
sueño de los justos.
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