Le di vueltas a esta categoría un rato porque tengo dos
juegos de los que podría hablar, aunque por razones muy, muy diferentes. Al
final me decidí por la historia más bizarra, una de esas que solo suceden en mi
familia.
Para los que leyeron la entrada anterior, recordarán el
local dedicado específicamente dedicado a rentar y regalar juegos. Contra todo
pronóstico y en la tristeza infinita de todos los gamers que teníamos tarjeta,
el modelo de negocio no aguantó y el local cerró. La última noticia que tuvimos
del dueño es que se había dedicado a vender algo más por las lejanas tierras de
Tepeyac. Tlalpan y la GAM, tierras hermanas.
Pero me desvío. Blockbuster, después de desfalcar a
Videocentro, vio el nicho de mercado y empezó a rentar juegos, lo que lleva a
nuestra historia a un salto temporal como de siete u ocho años, cuando ya había
celulares y Nintendo 64.
De modo que precisamente ambos dos a la par son
protagonistas del escándalo que traemos a su pantalla hoy. Mi papá manejaba con
la familia acomodadita en el coche cuando le hablaron al celular una cosa como
sábado en la tarde con tráfico. En los tiempos antes de que fuera delito y
corralón, mi papá contestó el celular y empezó a hablar. Que deben, le dicen.
Como $1,500, le hacen el cálculo. ¿Y por qué la agresión, oiga?
Dos meses antes (o por ahí) rentó usted Puzzle Bobble 3
para Nintendo 64 y aún no lo regresa. “¿Lo regresamos?” preguntó mi papá y
nosotros (mi hermano y yo) contestamos que “claro” con un aplomo que ni la
señorita de Confucio y la confusión. No se haga señor, tenemos aquí registrado
que usted es el último cliente que lo pidió. Pues yo lo regresé y hágale como
quiera, pero a mí me borra ese pinche recargo y como me vuelva a molestar con
esto de nuevo les echo a la policía, ¿le quedó claro?
Clarísimo. La tienda estuvo cerrada por inventario desde
el día siguiente y por una semana, con toda seguridad buscando el título
perdido hasta darse por vencidos.
Perdido estuvo el cartucho como otros tres meses, si no es que se rueda
algo abajo del asiento del conductor en el coche y cuando me agacho a buscarlo
veo una caja blanca sospechosamente parecida a una película en renta. Mi papá, contrario
a lo que podría esperar uno después de severo escandalazo por celular, solo se
rio y segurito soltó un comentario como “bueno, ya tienen un juego más”.
A mí me dio pena siquiera acercarme a Blockbuster durante
un tiempo; sentía que me agarraría la policía o algo. Y por poco nos vuelve a
pasar un día que rentamos un Blu-ray y devolvimos la caja mientras el disco
estaba en el PS3, pero basta de seguir ventilando los osos de mi familia.
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