Parte del intercambio al que fuimos a Japón, además de proveer entrenamiento técnico, consiste en salidas programadas a lugares de interés cultural. Asuke y Arimatsu son dos pueblitos que quedan cerca de Nagoya y son, cada uno a su manera, un referente de Japón tradicional que se ve poco si eres turista y no sabes que existen.
En orden cronológico (espero), empezamos con Asuke. Cual pueblo del Nipón romántico de película de Ghibli, este pueblito al este de Nagoya todavía tiene una granja tradicional a la orilla del río Tomoe, con ruedas que proveen fuerza mecánica gracias al movimiento del agua y montañas que quitan el sueño (o el aliento, si uno quiere llegar al mirador de la mera cima). La dichosa granja ya es un híbrido raro entre talleres funcionales y museo para visitantes, pero la gente en general se ve muy contenta con lo que está haciendo. Aprendimos el proceso de creación del washi (papel de arroz japonés), el de la creación de sombrillas y cómo se funde y moldea el afamado acero japonés.
Pero las estrellas del lugar son otras: el mentado mirador de la punta de la montaña y su vista en otoño, donde los montes que rodean a Asuke se visten de rojo y naranja con las hojas de los árboles. (Dicen. Nosotros fuimos a mitades de primavera, desafortunadamente.) Como sea, el lugar es de verdad precioso; subir el monte Iimori, pasear al lado del río, comer en alguno de los restaurantitos que atienden los lugareños, o vagar por el cementerio (sí, por el cementerio: no son lugares "malditos" como en occidente, y este en especial está en las laderas de un bosque de bambúes, muy impresionante) son cosas que uno tiene que hacer, si se puede, mientras está en el país del sol naciente. En camión no fue más de una hora de viaje, pero según esta página con mucha suerte y al menos un transbordo uno puede hacer dos horas y 1500 yenes (bueno, si llegamos en tren a Toyota para ver un partido de futbol, aventarse otros 40 minutos para ver el otoño brillar no debe de ser nada).
En cuanto a Arimatsu, si Asuke pasa un poco desapercibido este prácticamente es invisible. Comido por la mancha urbana de Nagoya, originalmente era un pueblo al sur de la gran ciudad (donde, además, Oda Nobunaga ganó una batalla) y ahora es un pacífico caserío dedicado casi exclusivamente a la producción de shibori. El shibori, o teñido con bloqueo [de la tela] (piensen en los patrones de las playeras hippies), ocupa cerca de un tercio de todas las casas. Me gustaría decir muchas cosas padres de Arimatsu, pero salvo el museo-tienda chiquitín dedicado a la técnica y la inmensa paz que se respira comparado con la capital de la prefectura de Aichi, no hay mucho que podamos decir de acá.
¿Cómo llegar? Muy fácil: tome la línea Meitetsu desde la estación de Nagoya, al sur de la ciudad, y en menos de una hora está usted llegando a la tierra de la tela tejida a mano con todo para el bonito regalo de las tías: pañuelos, mascadas, posavasos, bolsas, blusas...
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Oyendo: Paranel - Itsuwaru (mentir)
En orden cronológico (espero), empezamos con Asuke. Cual pueblo del Nipón romántico de película de Ghibli, este pueblito al este de Nagoya todavía tiene una granja tradicional a la orilla del río Tomoe, con ruedas que proveen fuerza mecánica gracias al movimiento del agua y montañas que quitan el sueño (o el aliento, si uno quiere llegar al mirador de la mera cima). La dichosa granja ya es un híbrido raro entre talleres funcionales y museo para visitantes, pero la gente en general se ve muy contenta con lo que está haciendo. Aprendimos el proceso de creación del washi (papel de arroz japonés), el de la creación de sombrillas y cómo se funde y moldea el afamado acero japonés.
Pero las estrellas del lugar son otras: el mentado mirador de la punta de la montaña y su vista en otoño, donde los montes que rodean a Asuke se visten de rojo y naranja con las hojas de los árboles. (Dicen. Nosotros fuimos a mitades de primavera, desafortunadamente.) Como sea, el lugar es de verdad precioso; subir el monte Iimori, pasear al lado del río, comer en alguno de los restaurantitos que atienden los lugareños, o vagar por el cementerio (sí, por el cementerio: no son lugares "malditos" como en occidente, y este en especial está en las laderas de un bosque de bambúes, muy impresionante) son cosas que uno tiene que hacer, si se puede, mientras está en el país del sol naciente. En camión no fue más de una hora de viaje, pero según esta página con mucha suerte y al menos un transbordo uno puede hacer dos horas y 1500 yenes (bueno, si llegamos en tren a Toyota para ver un partido de futbol, aventarse otros 40 minutos para ver el otoño brillar no debe de ser nada).
En cuanto a Arimatsu, si Asuke pasa un poco desapercibido este prácticamente es invisible. Comido por la mancha urbana de Nagoya, originalmente era un pueblo al sur de la gran ciudad (donde, además, Oda Nobunaga ganó una batalla) y ahora es un pacífico caserío dedicado casi exclusivamente a la producción de shibori. El shibori, o teñido con bloqueo [de la tela] (piensen en los patrones de las playeras hippies), ocupa cerca de un tercio de todas las casas. Me gustaría decir muchas cosas padres de Arimatsu, pero salvo el museo-tienda chiquitín dedicado a la técnica y la inmensa paz que se respira comparado con la capital de la prefectura de Aichi, no hay mucho que podamos decir de acá.
¿Cómo llegar? Muy fácil: tome la línea Meitetsu desde la estación de Nagoya, al sur de la ciudad, y en menos de una hora está usted llegando a la tierra de la tela tejida a mano con todo para el bonito regalo de las tías: pañuelos, mascadas, posavasos, bolsas, blusas...
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Oyendo: Paranel - Itsuwaru (mentir)
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