Ya se que esto está hasta con telarañas, lo siento mucho.
Pero es que de verdad la segunda mitad del año ha corrido como si la fueran persiguiendo. Además, con todo lo que involucró el viaje tuve demasiadas cosas en que pensar antes de venir por estos lugares a pasar lista.
¿Ah, como? ¿No sabían que me fui de viaje? Sí amiguitos: Me fui a Corea del sur dos semanas y media a bailar. Fue un viaje de esos que te cambian la vida pero esa crónica, que es larga y extensa, es para otro día con más calmita, por que de los twitts que mandé periódicamente mientras estuve allá salieron 27 páginas de Word. Déjenme recuperar el ritmo de escribir y con gusto se los cuento.
Pero hoy nos ocupa un viaje más... austero, digamos. Todo comenzó cuando empecé a recuperar la rutina de regreso del otro lado del mundo.
Antes de irme a Corea quedé con un amigo que cuando regresara del viaje lo acompañaría a Monterrey a un festival de cine, e incluso pondría mi coche para el trayecto. Pero no contaba con que regresando tendría mucho trabajo pendiente que necesitaba sacar el fin de semana, así que arreglé todo para que aunque yo no pudiera ir el coche -un Stratus- sí pudiera viajar hasta el norte. El jueves a media noche pasó este amigo, Rodolfo, junto con otro chico (que manejaría hasta allá) por el coche y todo parecía ir en orden. Según lo que me cuentan, salieron a las cinco de la mañana del viernes con el suficiente tiempo para hacer las pruebas necesarias antes de las funciones del fin de semana.
Toda la mañana del viernes estuve recibiendo mensajes relajados de mi amigo acerca del viaje, hasta que cerca del medio día llegó un mensaje que dice "Se nos tronó una banda en plena carretera. Estamos bien.".
A pesar de que me puso alerta que el coche se haya descompuesto, traté de mantener la calma y no hacer muchas olas, máxime que de verdad estaba muy atorado con el trabajo. Sin embargo, como para las seis de la tarde había pocas señales de vida le estuve marcando a Rodolfo para saber que había pasado. Para no hacerles el cuento largo, el coche los dejó tirados dos casetas antes de Monterrey, habían querido llegar empujando el coche y a los cuatro kilómetros alguien se apiadó de ellos y los botó donde un mecánico hideputa que cobró una bomba de agua en $1,300 (recuerden el precio) y aprovechándose de la situación estaba de una vez juntando para Navidad... tanto así que llegó al descaro de querer cobrar $13,000 por cambiar toda la maquinaria.
Eso, como pueden adivinar, fue el resumen de toda una tarde de mensajes y llamadas a larga distancia que terminaron en que a las dos de la mañana, con el consecuente dolor de estómago por la presión de que ellos no llegaran a dar las funciones a tiempo, llegar al punto de tener en el teléfono de base al seguro y en el celular a Rodolfo, y que de verdad parecía que no avanzábamos en nada decidiera mejor que el seguro les mandara una grúa desde SLP que los arrastrara hasta Monterrey. Yo hubiera esperado que el trámite fuera más sencillo, pero la verdad es que viendo la dificultad que había para gestionar todo desde el D.F. (y lo que faltaba para ver el mecánico, además de que ellos estarían en el cine) hizo que con toda la resignación del mundo decidiera ir hasta la sultana del norte. Demos gracias a Dios por hacer páginas de compras de boletos de avión que funcionan a las 3am.
Al día sig... bueno, siete horas y media después y todavía con un poco de mareo por el estrés, mi papá me dejaba en el aeropuerto para documentar mi morralito con un pantalón, dos playeras y tres chones que iban todos cubriendo a la computadora, ya que de verdad tenía trabajo atrasado. Cerca del mediodía abordamos y un ratito más tarde, a casi una semana exacta de haberme bajado de un avión desde el otro lado del mundo, despegaba de nuevo pero esta vez rumbo a la misión de rescate de tres chilangos y un coche descompuesto.
Lo que pasó en Monterrey, propiamente dicho, vendrá en bonitos fascículos coleccionables tan pronto los acabe de escribir. Si le cambian de canal se lo pierden.
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Oyendo: Utada Hikaru - Letters
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